Este año, ni las aguas que suelen llegar en primavera pueden borrar de las retinas el horror del paisaje quemado. Mientras, los políticos del ambiente van desgranando sus promesas para ‘el próximo “curso”: todos seremos más buenos, se harán más inversiones, se atrapará para escarmiento a alguien que no esté loco y los más fuertes sacarán al ejército, sin armas, claro.Enjugando-escribiendo mi llanto de siempre me doy cuenta de la poca consistencia del argumento que voy a desarrollar, algo tan sutil como un estado del alma, pero me inquieta una sensación de alivio ante ciertos razonamientos y unas cifras que pueden despistarnos. Se hablaba, hace unos días, de no sé cuantas Has menos que se habían quemado este año, como una gran conquista.No quiero que el agua que llegue borre el recuerdo del fuego, ni la reducción de fuegos sea argumento tranquilizador, porque a tantas hectáreas quemadas este año se suman las del anterior y sabe Dios cuantas del pasado y de años venideros. ¿Se da cuenta el lector de la cantidad de paisaje desaparecido o transformado o degradado en los últimos tiempos?Y es que el paisaje parece como ese aire que nos rodea, que no nos va a faltar, pero el de calidad, sí. Hace algunos años, en una de mis visitas veraniegas, escribía a un amigo: “desde este rincón de la húmeda Galicia, donde el dominio del paisaje es tan fuerte, me estremezco ante el olor a chamusquina que con demasiada frecuencia me llega y temo ante el futuro que puede llegar a esta tierra”. ¿Y qué puede llegarle? Todo y nada. La presión que ejercemos sobre el medio y el desarrollo precipitado y desordenado hace que el hombre empiece a desconocer su entorno y, así, en montón, somos capaces de perder aquello que más amamos gracias al desprendimiento y espíritu de tolerancia de lo que es de todos. Quemamos, talamos bosques, hacemos la concentración parcelaria, desecamos zonas húmedas, cambiamos cauces, sustituimos especies, esparcimos basuras, industrializamos o urbanizamos áreas notables y tan campantes...Hoy no podría decir lo mismo, hoy ya le ha llegado todo, a todo el país, en forma de incendios continuados y me estremezco más y me revuelvo de rabia, que no de miedo cuando veo otro humo. Recuerdo que uno de mis olores favoritos hasta hace nada, era aquel de la "roza o anovado" de mi infancia, la quema del monte para transformarlo en tierras de pan, levantando los terrones con sus raíces y utilizando las cenizas para el abono del centeno; los niños asábamos patatas y lagartijas. Era, quizá, la técnica del subdesarrollo, pero nunca pasaba nada. Ahora es otra cosa, ahora se nos queman todos los bosques. Los quemamos, y los ribazos, los sotos y lo que caiga. No entraré aquí en la pérdida de vidas, que en realidad es lo único importante, en los daños económicos, ni siquiera en los ecológicos ya muy comentados. Quiera resaltar una pérdida que a muchos pasará desapercibida: la destrucción del paisaje.
El paisaje que además de constituir el trasfondo, el escenario de nuestra vida, es goce estético. Un placer visual y del olfato y del oído, todos los sentidos perciben el paisaje, que quizá echemos en falta cuando decidamos levantar la vista de las “pantallas”. Claro que para el goce del paisaje no son suficientes los ojos que miran e incluso ven, hace falta la conciencia para contemplar, y eso es casi cultura. ¿Ha visto el lector un paisaje quemado? ¿Se ha parado a contemplarlo? No verá, ni oirá, ni olerá, ni pisará y si lo hace más le valiera no hacerloSi ciertas alteraciones, cambios o deterioros del paisaje pueden detraer su calidad, el incendio lo destruye de una forma irreversible, puede decirse que cambia su signo y cuanto más valioso era más desolador es el resultado. Y no sólo se pierde la estética de todos los valores que resume, se destruye su valor testimonial, pues cada rincón del paisaje es un archivo de la historia y evolución del medio. Es verdad que en otros tiempos también se han arrasado campos, se han cortado bosques para carbón, para la industria, para cultivar algo, cuando el hambre, pero era todo paulatino, lento, quito este pongo lo otro. El hombre se incorporaba a la evolución, no era su enemigo. También es verdad que hay mucho paisaje, todo es paisaje, pero algunos son singulares, irrepetibles y el de todos los días, ese que nos rodea y en el que nos reconocemos o encontramos nuestra infancia tiene cada vez menos calidad; el otro, el recóndito nos cae un poco lejos y ha de quedarse para las ocasiones, aunque también llegaremos a él, todo es cuestión de tiempo, porque ya sabemos del poco aprecio por lo que no cuesta.Por si fuera poco, a todos estos fuegos se suma ahora la competitividad, o el abandono, que nos lleva a cortar encinas, levantar olivos, viñedos, a quitar vacas de los prados, abandonar cultivos. Estos viñedos que se levantan se transforman en riqueza, baño de oro que cubrirá a los que quedan; pero, ese paisaje de viñedos una vez quemados, destoconados ¿dónde dejará sus colores, su estructura, su peculiaridad? ¿dónde quedará su memoria, su recuerdo? su alma ¿a dónde emigrará? El recuerdo de aquella mañana en que madrugando, recibimos su color cárdeno ¿cómo volverá a nosotros?
Este desastre paisajístico se está produciendo al tiempo que se sufren las consecuencias de la entrada en el Mercado Común, en unas condiciones mal negociadas para el agricultor y peor para el gallego: baja la leche, sobran vacas, grano, vino, y sobre todo manos.Yo me decía hace tiempo: bueno, no dramaticemos sobre el lobo-mercado feroz, porque el paisaje aún puede ser nuestro recurso más abundante, el menos explotado; y la gente, tanto la de dentro como la de fuera, ya demanda calidad en su entorno y además en su ocio. El paisaje puede ser una potencial mercancía a vender con bajo coste para nosotros (consumir paisaje no supone deterioro ni destrucción de nada, es como oír la radio) y puede ayudar a estructurar un turismo rural que es la única perspectiva de muchas de nuestras comarcas.La Convención Europea del Paisaje, que entró en vigor el 1 de marzo de 2004, ya aboga por la protección, gestión y ordenación de los paisajes europeos, pero se queda en los papeles, por ahora.Porque, además, el paisaje es un recurso socioeconómico ligado a su calidad y singularidad, y el agricultor, al margen de las decisiones de los ministros europeos del ramo debe diversificar sus rentas. Algunos hombres del campo ya han comprendido que su futuro depende, en parte, de Ia conservación y manejo de su paisaje, bien tan útil y escaso (en calidad) como el agua clara, el aire limpio, las playas acogedoras, etc. A otros muchos, a los que viven de todo eso que la Comunidad no quiere, habrá que decírselo. Generalmente, podría decir siempre, calidad de paisaje indica calidad ambiental y ésta se revela como un importante recurso monetario del futuro, dinamizador de ciertas economías. Ubicación de viviendas, empresas o industrias punteras no buscan únicamente lugares accesibles, ni proximidad a materias primas, ni siquiera bajos costes si no, y sobre todo, calidad del medio ambiente, calidad del paisaje.No es que “por ahí fuera" no tengan paisaje (no tienen tanto ni de tanta calidad, que me perdonen) es que en gran parte de Europa, por ejemplo, da lo mismo el paisaje de aquí que el de 100 km. más allá. Además, en muchos de estos países densamente poblados cambian de uso grandes superficies, con la consiguiente alteración, cuando no deterioro, que ello supone en un primer momento, por no decir para siempre, dado el carácter de difícil reversibilidad de este recurso tan frágil.
No quiero, tampoco, que se deduzca que el paisaje siempre es intocable, ya que en ocasiones la huella humana lo enriquece notablemente y ante todo el espíritu lo recrea, pero tampoco debemos ignorarlo en las grandes actuaciones por abundante. Se tratará de respetar su significado, de utilizarlo conforme a la aptitud del mismo, estudiando diversas alternativas de actuación y seleccionando siempre la que produzca menor impacto. El aprecio por el paisaje puede ser síntoma de madurez, de que vamos adelantando en entender lo que es calidad de vida, y a ello nos ayudaría mucho la consideración de que para disfrutar del paisaje no hace falta ser dueño de la "parcela". Ya lo dijo el poeta: "Cleón" posee ciertamente fanegas, pero el paisaje es mío". Y la emoción también, no es cosa de despilfarrarlos. Oigo decir, con frecuencia, que los gallegos están dejados de la mando de Dios, y eso me parece un poco exagerado, aunque tendría que decir que de alguno de sus dioses sí. En la imaginación céltica antigua, nada más real que lo que está en la imaginación, eran los dioses, para algunos reyes los que regían el orden del territorio. Había un rey del verano que plantaba su tienda en un claro del bosque y desde allí, además de rozar con su mano la mejilla de las mozas que por allí pasaban, controlaba el venir de las gentes por su paisaje, sus ritmos y su equilibrio: señalaba el lugar dónde poner sus casas a las nuevas parejas, dónde abrir nuevos caminos para transportar la uva o cómo y cuándo quemar los rastrojos. El rey del otoño que llegaba con las primeras hojillas pardas en los caminos, decía dónde cortar leña para el fuego o qué árboles talar para sembrar el año siguiente si la cosecha había sido escasa, y así con los reyes del inverno o primavera. Y durante siglos no pasó nada o casi nada, era todo asumible.
Con el tiempo el hombre “progresó”, concretó su mente e ideó la pantalla (del televisor, del ordenador) que le fue secando la imaginación y de la que desaparecieron los reyes, o quizás dieron paso a otros como el de la telemática, y ahora, parece ser, el del fuego, que ni siquiera expulsó al anterior. Respecto a los culpables que se buscan al final de todas las historias no me preocupo, porque da igual, y prefiero citar las palabras de Alvaro Cunqueiro, que hace ya mucho tiempo decía:“Y si los incendios, como muchos creen, y yo no creo, son intencionados, a ver si esta vez cae el pirómano y qué razones da. Aunque quizá dé esas razones que damos los gallegos, complejas, casi metafísicas, incomprobables, desde la vulpeja Gelmírez hasta Montero Ríos o Pío Cabanillas y al fin quedarnos sin saber por qué quemaba”.Como tampoco en estos tiempos cae ninguno, ¿será posible?, nos quedaremos sin saberlo, y es que si lo supiéramos nos avergonzaríamos mucho, mucho, sea quien sea el culpable. Quizá sea el desconocimiento, porque ¿queremos a nuestros bosques?, los conocemos? Nos asombraría saber algo de ellos. Aunque sobre todo el bosque es vida, millones de vidas, armonía y belleza, no estaría mal recordar que son muchas las rentas directas que producen los montes: madera (si son arbolados), leñas, resinas, ganadería, caza, plantas aromáticas, medicinales, culinarias, pero también proporcionan bienes intangibles corno son el confort climático, recreo, bienestar, limpieza de contaminaciones, reserva genética y paisaje, ese incomparable paisaje que se percibe con todos los sentidos. No todas se dan siempre, pero sí una que estimo corno la más importante: la producción de agua, hacia la atmósfera y hacia los acuíferos, papel que hay que reconocer a los propietarios.Como estamos en España, territorio que hemos ido desertizando, la función protectora del monte supera, en general, a la social, incluso a la de producción, ya que cumple un papel singular en la lucha contra la erosión y el control de riesgos. La masa vegetal es capaz de mantener por adherencia gran cantidad de agua y, si no existe, el agua se desliza rápida, arrastrando materiales y puede anegar valles, destrozar cultivos, provocar daños a la comunidad piscícola, a las vías de comunicación, al hombre, y terminar en el mar o, lo que es peor, aterrando los embalses, que sí es verdad que hay alguno al 1% de su capacidad, también lo es que otros, en poco tiempo, ni siquiera tendrán esa cabida útil. ¿Será mucho pedir, a quién corresponda, que se lo piense dos veces y no lo vuelva a hacer? Quizás sea mejor pedir al rey del verano que vuelva, o llegaremos tarde, como siempre.
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Miguel (domingo, 15 julio 2012 22:34)
Si no me equivoco, este es el artículo que publicó El Mundo en la tercera página a raíz del incendio de Guadalajara de 2005. Como casi todos los años, vuelve a estar de actualidad; personalmente, me sorprende la tendencia de la gente a volverse a las administraciones y el gobierno buscando las culpas ("algo habrán hecho mal") como si fuéramos una sociedad en un redil a la que todo nos lo tiene que hacer, y de todo nos tiene que proteger, el papá Estado