Autopistas Urbanas de Madrid

Madrid está clavada, rodeada y constreñida por autovías. Esas autovías -no distingamos ahora si son autopistas o autovías- se meten, o mejor dicho, irrumpen en el tejido urbano de forma súbita. Tanto las radiales como la circundante M-30, que, no sin razón, fue elevada a la categoría de C-30, llamando calle a lo que evidentemente ya había quedado incorporada al meollo de la ciudad, interaccionan con la funcionalidad urbana, creando una serie de importantes problemas.

Por estas vías entran y salen todos los días en el sentido centro-periferia-centro más de dos millones de personas. Y da lo mismo que se incremente el número de vías penetrantes/salientes, como el número de anillos de distribución, que los atascos diarios en laborable y en periodos punta se siguen produciendo.

Existe un efecto llamada que consiste en que cuanta más oferta de vialidad rodada se ponga en el mercado urbano, más demanda de tráfico rodado se produce, robada, sobre todo, al transporte colectivo. De nada han servido las de peaje, de las que los usuarios, logicamente, huyen como alma que lleva el diablo.
 
Para ser gráficos, la ciudad en esos intervalos de tiempo no es capaz de “tragar” el caudal de vehículos que pretenden entrar/salir y se producen “los atascos”. La ciudad colapsa en buena parte de su extensión, con las consiguientes deseconomías y pérdidas de valor social. ¿Y por qué la ciudad no traga? Pues, entre otras cosas, porque la ciudad de Madrid carece de vías capaces de absorber unos elevados volumenes de vehículos por metro cuadrado de vía.

No son vías de gran capacidad, pero tampoco son vías de conectividad propiamente urbana. Son un híbrido entre una y otras. Arterias tales como la Castellana, calle Serrano (N-S), María de Molina, José Abascal (E-O), O’Donnell, Francisco Silvela y alguna más son vías congestionadas y, cuando no lo están, son utilizadas como autovías, cuando en realidad son vías urbanas.

Esto hace que una inmensa mayoría de conductores se crean, sobre todo en estas arterias transversales, que están en una autovía, o sin creerlo, las usan como tales a una velocidad superior a los 50 kilómetros/hora que es la velocidad máxima que autoriza el CC, con graves consecuencias en la accidentalidad mortal. ¿Cabe alguna solución para que dicha limitación se respete? Difícil solución, ya que las medidas sancionadoras dan de sí lo que dan, en éste como en otros casos y la educación vial -inexistente- tarda años en dar resultados tangibles.

Una solución hubiese sido ( en vez de, o además de, pero la cosa no está para ello) haber creado en su momento penetraciones soterradas con un distribuidor que conectase en breve espacio y tiempo la verticalidad y la transversalidad de la ciudad y ambas entre sí. Los anillos de distribución externos a la propia ciudad son disuasorios para viajes urbanos y periurbanos. Sirven, sobre todo, para que los viajes foráneos no tengan que atravesar la ciudad.

Las limitaciones o los malos diseños urbanísticos e infraestructurales, difícilmente se resuelven con soluciones que no sean infraestructurales. Mientras, para amortiguar esta situación no cabe otra cosa que seguir con medidas sancionadoras y limitantes a los excesos de velocidad, pero nunca se sabe si es mejor el remedio que la enfermedad, ya que potenciar éstos, es favorecer los atascos.

El consistorio debe enfrentarse al problema y buscar soluciones más imaginativas que las que ha tomado hasta ahora, que ha sido ninguna. Quizá una flexibilización del código, con discriminación horaria, de la velocidad, pueda conjugar los intereses de los viandantes con los “viacirculantes” urbanos, permitiendo superar los 50 kilómetros por hora en determinadas horas y rebajándola en otras, incluso, de forma móvil, adaptándola a los flujos de cada situación. Casi siempre, las mejores soluciones son dinámicas. Nada es estático por siempre. 
 Por
JEV: es economista y consultor, especialista en Transporte, y miembro del Foro del Transporte y el Ferrocarril (FTF).

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